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viernes, 9 de abril de 2021cermi.es semanal Nº 431

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Opinión

‘Yo no me quedo en casa’

Por Francisco Olavarría, licenciado en comunicación con formación en discapacidad y personas mayores

09/04/2021

Francisco Olavarría, licenciado en comunicación con formación en discapacidad y personas mayoresCuando salgas la próxima vez a la calle quiero que observes la arquitectura de tu urbe con unas nuevas gafas moradas. Mira sobre tu cabeza los edificios que te rodean y repara en la desaparición lenta de los balcones. Unos se convirtieron en solárium, otros se aprovecharon para ampliar la sala de estar. Este fenómeno aparentemente insignificante está muy relacionado con la evolución del papel que la mujer ocupa ahora en nuestra sociedad occidental. Pero, ¿por qué?, te preguntarás en este momento.
 
El origen de este recurso arquitectónico, que en los primeros momentos de la pandemia nos permitió salir a mostrar nuestro reconocimiento a los y las profesionales sanitarias, incluso para conocer a la vecindad, está marcado, como otras tantas cuestiones, por el patriarcado. El arquitecto generoso –léase con ironía– había encontrado la perfecta solución para complacer a las reinas del hogar y así, continuar esa historia siniestra de opresión hacia vosotras. Mientras los hombres se dedicaban a la acción, las mujeres a la contemplación. Así que el balcón, era el lugar perfecto para no molestar y continuar invisibles, quietas y mudas. Muertas en vida.
 

Ilusos ellos

 
El balcón, como ese espacio “privilegiado” de antaño, hoy apenas, es lugar sin uso y esto también es una buena noticia para el feminismo. Porque vosotras, las mujeres, gracias al activismo y todas las olas del feminismo conseguisteis ocupar el espacio público que os arrebataron desde el principio de los tiempos. Eso sí, con lentitud, evidentes dificultades y con lugares de poder aún inaccesibles.
 
Por el contrario, para el sector de la discapacidad, la arquitectura institucional, comercial o domiciliaria sigue siendo un espacio hostil de forzado confinamiento.
 
Durante los últimos meses hemos entrado en la intimidad de los hogares, abriendo las puertas virtuales, siendo panelistas, conferenciantes o asistentes a estos foros; y con ello hemos conocido un sinfin de realidades habitacionales. Como decía, desde casa, sin elección, muchas personas con discapacidad continúan esperando reformas legales y arquitectos mejor formados en accesibilidad y diseño universal.
 
Seamos optimistas. Aquel vestigio del machismo que sirvió para confinar a las esposas, amantes, hijas, hermanas, amigas o vecinas y su destino, es una señal para la esperanza y un reflejo de que las cosas pueden evolucionar a mejor.
 
A gritos, con telas y lemas por la justicia, o a través de grupos de presión, las personas más desfavorecidas, que no desafortunadas, seguirán reclamando soluciones a tanto malestar. Por el bien de todas y todos, y para que la frase “yo me quedo en casa”, que también colgamos de aquellos balcones con los que comenzaba este artículo, no sea una imposición sino, una decisión libre. Entonces sí, podremos usar con toda la propiedad la frase que también hemos escuchado tantas veces durante toda la pandemia, “saldremos mejores”.
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